Tanto si somos religiosos como si no, creyentes de unas confesiones o de otras, la Semana Santa llega un año más. Dejando aparte las convicciones religiosas de cada uno, la crucifixión es, históricamente, una práctica habitual y real que llegó a los romanos de manos de los persas, sirios, caldeos, cartagineses y griegos, que a su vez la tomaron prestada de los bárbaros que habitaban las regiones más orientales de Eurasia. Se tiene constancia de su uso en la Roma imperial como forma de tortura y ejecución. Si eras condenado a muerte y podías demostrar tu condición de ciudadano, entonces “disfrutabas” de la ventaja de ser decapitado. Sólo los esclavos y extranjeros podían ser crucificados.
Normalmente el reo, una vez leída la sentencia, era desnudado (para mayor humillación), fustigado con látigos cortos de varias puntas (flagellum), que era el preludio de todo castigo romano, y obligado a cargar con el madero vertical de la cruz durante unos metros, que en algunos casos podían convertirse en kilómetros. De esta manera la condición física se debilitaba todavía más, la piel azotada se llenaba de contusiones y el sufrimiento era una constante. Una vez en el monte donde se iba a realizar la ejecución, al condenado se le ofrecía vino mezclado con mirra (un producto con cierto poder anestésico). Después de atar sus brazos extendidos, pero no tensos, a la madera transversal (patibulum) se podían clavar las muñecas entre el radio y el cúbito, con clavos que tenían de 13 a 18 cm de longitud, pero esto se reservaba para los peores criminales. Esto conllevaba la lesión de vasos arteriales y venosos importantes, con lo que las hemorragias no se hacían esperar, además los nervios se dañaban y el dolor se extendía por todo el cuerpo. Los pies eran atados a una especie de plataforma con el fin de que el reo tuviese un soporte adicional donde descargar el peso de su cuerpo y, por tanto, sufriese más tiempo en la cruz. Optativamente podían ser sujetos con uno o dos clavos.
Una vez realizadas estas operaciones sólo había que esperar a que la agonía y el tiempo hicieran su efecto. Al estar debilitados por la fustigación, el cansancio, el dolor insoportable, el hambre, la sed y la insolación, la mayoría moría al tercer o cuarto día de la crucifixión. La muerte sobrevenía debido, sobre todo, a los problemas para respirar que tiene un cuerpo suspendido por los brazos, pues los pulmones están oprimidos y no pueden realizar correctamente su función. Los músculos intercostales se fijaban a un estado de inhalación, por lo que la exhalación se veía muy reducida y era dolorosa. Los calambres musculares o contracturas tetánicas debidas a la fatiga contribuían a aumentar la agonía. Por ello, muchos especialistas están de acuerdo en señalar que la causa de la muerte más probable de un crucificado era la asfixia. En caso de tener que acelerar el proceso, o para comprobar que estaban muertos, los romanos les rompían los huesos de las piernas (crurifragium), habitualmente los fémures, lo que provocaba una asfixia más rápida al no poder sostenerse con las piernas.
Las primeras crucifixiones se realizaban con la cruz a nivel del suelo, pero los perros y otros animales acudían a morder y desgarrar las piernas de los condenados, por eso terminaron utilizando cruces donde el palo vertical era muy alto, lo que hacía que no se pudiese llegar al reo sino con una escalera.
Visto en demedicina
2 comentarios
Las personas somos capaces de inventar las cosas más inverosímiles para hacer sufrir a nuestros semejantes. ¡Qué lástima!
Pues si , es una pena que inventen cosas como estas para hacer daño.
Bienvenid@ a Redblog2008.
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